El rechazo editorial

Cuando un escritor novel empieza a presentar su novela a las editoriales, lo hace ilusionado y con la esperanza de que ese manuscrito al que tanto tiempo ha dedicado sea reconocido y valorado como se merece. De hecho, lo ha dejado leer a sus familiares y amigos, y aunque no todos han sacado tiempo para hacerlo, los que sí lo han hecho le han dicho que les ha gustado mucho y que “a por todas”.

Luego, al empezar a recibir las cartas de rechazo de las editoriales, o directamente el silencio cuando ni siquiera hay respuesta, vienen las decepciones. Esta tajante negativa hace sentir al escritor el ser más incomprendido del mundo, y a menudo lo precipita al abandono del oficio. ¡Error!

La negativa a publicar un libro debe ser tomada constructivamente, debe llevar al autor a reflexionar más sobre su obra y sus desaciertos, a intimar más todavía con ella, acercándosele desde nuevas perspectivas. Hay que aprovecharse del hecho de que una empresa editora es eso, una empresa que mira para su negocio, que no tiene ningún vínculo emotivo con el escritor y que va por tanto a ofrecerle una opinión mucho más objetiva y realista sobre su obra que la que le han podido ofrecer familiares y amigos. Pero nunca hay que abandonar por este motivo.

Además, hay que ser consciente de que la gran mayoría de manuscritos que se presentan a las editoriales son rechazados, porque rechazar es de hecho la función básica de estas empresas. Sin rechazar y entre tanto manuscrito, no pueden hallar el diamante que buscan. No obstante, eso no significa en absoluto que todo lo que rechazan sea “basura”. Simplemente, no le han visto posibilidades por x motivos (el autor no es conocido, la trama no está de moda, el lenguaje es complejo…).

En cualquier caso, es bueno saber que el rechazo editorial forma parte de la historia de la literatura. Las editoriales siguen unos patrones para determinar si una obra puede o no tener éxito. Sin embargo, nunca pueden tener la seguridad, porque la literatura no es una ciencia exacta. Así, a veces sucede lo inexplicable, y una novela que se edita acaba siendo un fracaso total. O al revés: una novela por la que nadie dio un duro acaba siendo publicada por una editorial de poco prestigio y arrasando entre el público, por desgracia de todos los editores que un día la rechazaron. Por tanto, que no sucumban los ánimos. Tal vez seas tú el próximo genio literario que revolucione la industria editorial. Pon atención a estos casos:

Cien años de Soledad, de García Márquez, fue rechazada ni más ni menos que por la famosa Seix Barral, que años más tarde se tiraría de los pelos al ver que la obra se convertía en un auténtico boom literario. También El Túnel, de Ernesto Sábato, obtuvo la negativa de todas las editoriales de Buenos Aires y tuvo que acabar siendo publicado en la revista 'Sur', donde por suerte fue rescatado por Albert Camus, que lo hizo traducir al francés por Gallimard. La lista sigue con El Aleph, de Jorge Luis Borges, o La Familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. La negativa a publicarle a este último su manuscrito fue debido a lo tremendista de su argumento y al consecuente temor a la censura.

El rechazo editorial también alcanza la literatura extranjera. Agatha Christie tuvo que insistir durante 4 años para conseguir que alguien publicara su primera novela. Harry Potter, de J.K. Rowling, fue rechazado por 12 editoriales antes de que Sunday Times Rich List apostara por publicarlo. El Diario de Ana Frank, de Ana Frank, fue rechazado por 15. Y fueron 38 las veces que Margaret Mitchell escuchó un “no” por la edición de Lo que el viento se llevó. A Marcel Proust, y sobre su novela En busca del tiempo perdido, también le dieron una negativa tras otra. En una ocasión le llegaron a decir que no se podía entender que alguien pudiera pasarse 30 páginas describiendo cómo da vueltas en la cama antes de lograr dormirse.  “Las historias de animales no venden”, le dijeron a  George Orwell al rechazar su Rebelión en la granja. “Es escandalosamente obscena”, esgrimieron a James Joyce para justificar la negativa a publicarle Ulises. Y a Vladimir Nabokov, respecto a Lolita, le ensartaron esas crueles palabras, refiriéndose también a su obscenidad: “Nauseabunda, incluso para un progresista, y para el público será repugnante. No venderá y le hará un daño inmensurable a su reputación, así que le recomiendo que la entierre bajo una piedra durante mil años”.

Tampoco William Faulkner escapó del rechazo. Al leer su manuscrito de Banderas sobre el polvo, el editor se lo devolvió diciendo que era una novela caótica y desordenada y casi le sugirió que no la mostrara, por su bien, a ningún otro editor. Como a especie de terapia, olvidándose del público y de la crítica y solamente pensando en él mismo y en lo que a él se le antojaba explicar, Faulkner empezó entonces la redacción de una nueva novela, El ruido y la furia, que fue publicada sin obstáculos el 1929.

Y a John le Carre, al presentar El espía que surgió del frío, su primera novela, le dijeron que no valía nada y que él no tenía ningún futuro como escritor. Hoy, no obstante, sus novelas han sido traducidas a numerosos idiomas y parte de ellas incluso llevadas al cine.

Y así: El caso de Jane Eyre, de Jasper Fforde, rechazado 76 veces; El señor de las moscas, de William Golding, rechazado 20 veces; La colina de Watership, de Richard Adams, rechazada 13 veces; El abanico de Lady Windermere, de Oscar Wilde; Molloy, de Samuel Beckett; La conjura de los necios, de John Kennedy Toole…

Así pues, ya lo ves: publicar un libro no es fácil. Si recibes la negativa de las empresas editoras, no lo des todo por perdido y no te desanimes. En esta profesión no todo consiste en escribir; también hay que ser paciente y saber perseverar.

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