Análisis de ¡Adiós, Cordera!, de Clarín (por Isabel Rodríguez)

"¡Adiós, Cordera!" es un relato perteneciente a El Señor y lo demás, son cuentos  (Madrid, 1893), la primera colección de cuentos que escribió Leopoldo Alas, "Clarín" (1852-1901). El relato ocupa concretamente el segundo puesto de la serie, justo después de la novela corta El Señor. En concordancia con ella y con el próximo cuento: "Cambio de luz", "¡Adiós, Cordera!" constituye, como vamos a ver posteriormente, uno de los cuentos más líricos de esta obra.

Y es que aunque con las novelas de La Regenta (1884) y Su único hijo (1890) la labor narrativa ha sido la más importante o la más considerada de "Clarín", la producción del autor se despliega también entorno a otras dos importantes facetas: la de la crítica literaria, recogida en las colecciones de Solos de Clarín (1881) y Paliques (1893) y la del cuento, de la que destacan la ya citada serie El Señor y lo demás, son cuentos (1893) y también Cuentos morales (1896). A caballo entre la novela y el cuento podemos citar asimismo como las más importantes novelas cortas la de Pipá (1886) y la de Doña Berta (1892), aunque son casi una docena las que escribió el autor.

Estamos, por lo que al cuento que queremos analizar nos concierne, en la última década del siglo XIX. El naturalismo ha quedado postergado. Su vida en España ha sido muy corta; la filosofía positivista y la oscuridad y el pesimismo al que se acercaba a  través de la fatalidad y el determinismo que presentaba ya fueron muy pronto atenuadas como consecuencia del poso cristiano y de la fuerte tradición católica y religiosa que, a pesar de todo, permanecía aún en España. El krausismo penetró entonces al país, por influencia rusa, para restablecer en un todo armonioso una materia y un espíritu hasta entonces enfrentados. Ahora, en la década de los 90, se desarrolla la semilla de raíz espiritual que se concibió entonces con ese krausismo. El ámbito poético, espiritual y religioso va ganando territorio y sustituyendo el positivismo como ámbito de interés para la sociedad. Es lo que se conoce como a "realismo espiritual" y representa la expresión de la decepción de la estética realista con respecto a la misma sociedad que había retratado. Se ha perdido la confianza en que la materia pueda dar razón y explicación a las cosas. El escritor, decepcionado, busca ahora otro tipo de ámbito moral del que extraer algún optimismo o convicción profunda, del que extraer una respuesta a la decepción y a la angustia. Serán las corrientes espiritualistas, que fructificarán más tarde en el Modernismo, las que se le aparezcan como alternativa y refugio al protagonismo de la razón.

El Señor y lo demás, son cuentos demuestra bien este cambio en las coordenadas de pensamiento. Aunque no excluido, el propósito documental del naturalismo queda aquí postergado por la inspiración religiosa, la sátira y el espíritu burlonamente crítico por el lirismo y la ternura. Krausista, a medio camino por tanto entre positivismo y espiritualismo, La Regenta, a pesar del escasísimo número de personajes presentados por el autor con amor y afecto, dejaba ya entrever una ternura, un destello de compasión. Ahora es cuando esa mínima ternura se hace fondo. La balanza krausista ha caído a favor de lo espiritual. Sí que hay cuentos que giran alrededor de personajes grotescos y despreciables y que son tratados con ironía y sarcasmo, pero son pocos en relación con aquellos cuentos más cordiales y amables y protagonizados por débiles y humanísimos personajes. Además, tanto si se trata de los unos como de los otros, "Clarín" siempre aborda, prioritariamente, la interioridad y la psicología de estos personajes, es decir, menosprecia lo real que hay en el entorno y renuncia a vincular el comportamiento de estos individuos a factores biológicos, materiales o físicos, porque para entender el personaje ya no es preciso entender también su alrededor.

Subyacen igualmente, sin embargo, los mismos supuestos ideológicos: la exaltación de lo vital, de lo sencillo, frente al cerebralismo y las convenciones hipócritas que reducen a fórmula la existencia del hombre. Cuando se presentan personajes humildes y desvividos para el amor, la defensa es clara. Cuando los personajes son ruines, la defensa es indirecta, hecha desde una perspectiva fría y cínica que pone al descubierto lo falso que hay en el hombre y lo ataca para combatirlo y hacer surgir de entre sus cenizas el amor y la projimidad entre los seres humanos.

"¡Adiós, Cordera!" es uno de los cuentos en que esta pugna ideológica-vital late desde el lado del amor, es decir, es uno de los cuentos de "Clarín" caracterizados por la nota cordial, directamente dirigida al corazón y llena de ternura. Los personajes que se presentan son personajes unidos todos por la fuerza del amor, personajes sencillos y llenos de humanidad. Sin embargo, la fatalidad logra un día romper esa unidad y separar sus vidas, arrancarlos los unos de los otros y dejarlos en la soledad extrema, en el dolor y en la impotencia de la angustia.

Ese dolor por la pérdida de unos seres queridos no hace más en el fondo que reflejar la intensidad con la que estos individuos se aman; los estrechos vínculos sentimentales que entre ellos se presentaban ya al principio van gradualmente confirmándose a lo largo del cuento a través de la desdicha, y cuanto mayor es la desdicha mayor la expresión de la realidad amorosa que hay forjada en sus corazones, como reforzándola a la percepción del lector, como haciéndola más íntima, más emocional. Por tanto, aún en lo trágico del desenlace, el amor es el elemento motriz que confiere unidad al cuento, el amor y también la ternura, la base de la personalidad de "Clarín" y que por voluntad suya permanece inmutable en el texto.

Y es que desde su escisión intelectual, "Clarín" desea una vida sencilla, encendida de amor y de ternura. En este cuento pretende entonces, primero de todo, hacer una defensa y una apología de esa vida y de ese amor que son lo primariamente vital, y ya, secundariamente, denunciar la frialdad de una sociedad que es fuente de dolor y que produce el congelamiento humano y la aniquilación le lo sincero y más auténtico. Sin embargo, aún introducir un mensaje social, el autor sabe librarse, con su sentimentalismo, de la aguda frialdad naturalista. Como ya dije al principio, la denuncia queda siempre en sus cuentos postergada por lo lírico y emocional. Y en ese lirismo, además, triunfa "Clarín", porque despojándolo del tono melodrámatico postromántico, sabe darle un nuevo palpitar que no consigue ningún otro escritor de su tiempo. Este es, como dice Baquero Goyanes, su gran mérito: "lograr una trama escueta, apoyada sobriamente en la sensibilidad y en la inteligencia; una ternura excenta de fáciles delicuescencias expresivas, de tópicos emotivos, aunque el cuentisa pueda servirse de temas-tópicos (...), saber extraer creaciones de alto valor artístico y humano de una materia, de una temática que, de otra manera tratada, fraguaría en sensibleros relatos".

Por tanto cuento, pero también, en cierta manera, poema. Así lo entiende Ricardo Gullón cuando considera buena parte de los cuentos de "Clarín"como "simple sucedáneo de la poesía en verso que -si no le faltaran dotes- hubiera surgido como adecuada expresión de sus intuiciones". El impulso poético y la forma narrativa se equilibran en "¡Adiós, Cordera!" con gran maestría. En la época dorada del género cuentístico "Clarín" se separa de sus coétaneos para ofrecernos un producto nuevo, que sigue las características más significativas del cuento fijado -como son brevedad y condensación, agilidad y tensión argumentativa- pero que a la vez se desmarca de él  en un componente básico y que es el del tratamiento del contenido.

Así lo vemos en "¡Adiós, Cordera!". La acción del cuento es mínima, breve, precisa: después de muchos años de cuidados hacia una vaca, hacia la Cordera, Pinín y Rosa se han encariñado con ella hasta el punto de focalizar sobre ella todas sus necesidades infantiles. Pero Antón de Chinta, su padre, ya viudo y colmado de deudas, se obligado a vender al animal y enviarlo al matadero. El dolor que esta brutal separación causa en los niños se multiplica más tarde en el corazón de Rosa cuando ésta ve pasar un tren que, junto con otros reclutas, se lleva a su hermano a la guerra.

La trama en sí es también sencilla y puede dividirse en tres partes claramente diferentes, las correspondientes a los tradicionales planteamiento, nudo y desenlace. Así: una primera parte en que se presentan las relaciones emocionales entre los personajes principales, esto es, entre Rosa, Pinín y la Cordera, una segunda parte, y que es el núcleo dramático, en que presenta el conflicto económico familiar y la determinación del padre de vender a la vaca y, finalmente, una última parte que representa ya el triunfo de la fatalidad sobre la familia y la consiguiente separación de los personajes.

Formalmente, por tanto, y en lo que a la elección del contenido se refiere, estamos ante una prototipicidad cuentística evidente, pero no en el tratamiento del contenido. La trama es escueta sí, pero en cambio nada ordinaria aunque a primera vista pueda parecerlo. De hecho no es sino la lucidez la que domina todas y cada una de sus páginas. No hay en ella elemento que no haya sido arquitecturado con gran estudio y meditación y con el único objetivo de ajustar lo más posible la obra a los fines que previamente el autor se había propuesto. Así, las palabras se proyectan en multitud de direcciones: una de inmediata, en apariencia absolutamente simple y sin la mayor trascendencia, y otra ya de más alejada, con una significación más trascendente y que las traslada, a las palabras, a un plano distinto e infinitamente superior, a vehículo de verdades últimas. Y aquí radica el valor poético de la obra, aquí el lirismo que mencionaba antes, un lirismo suave, que lo es por cuanto tiene el cuento de simbólico, por lo que callando nos comunica, por la profundidad y la emoción que, sin abrir puertas a la divagación lírica y con sobriedad inteligente, nos llega a transmitir. Cuento sí, pero también poema, podríamos decir, en forma de cuento, porque más importantes que las palabras mismas es la tensión lírica con que "Clarín" las hace vibrar.

Esta tensión lírica la consigue "Clarín" planificando minuciosamente el cuento desde el principio. El autor es consciente de sus fines y sabe lo que se propone. Todo lo que escribe al comienzo, así, está supeditado a futuras implicaciones ya de tiempo establecidas y decididas por él. Nos presenta a los personajes, nos presenta también el espacio en donde  espacio se ubican, hace lo que parece lógico y natural hacer en cualquier principio de cuento, pero es que al tiempo que hace esto, y sin que nos demos cuenta además, ya esta forjando una entrada para la significación final y real que quiere que tenga el relato, es decir, ya lo está entretejiendo sinuosamente y preparándolo para desviar su trayectoria lineal y llevarlo de lo horizontal a lo vertical y profundo.

¡Eran tres: siempre los tres! Rosa, Pinín y la Cordera. Así empieza "Clarín" su obra, y no es de ninguna manera un comienzo espontaneo. Al revés, la frase es clave en dos aspectos: por un lado, mediante la reiteración del tres, primero en número, luego nombrando a los personajes, nos deja clara ya la fuerte unidad que existe entre ellos; por otro lado, mediante los signos de admiración, nos hace entender cuánto hay de emocional en esta unidad. Y de la unidad y la emoción se tatúa ya, en esta primera frase de "Clarín", el amor que encenderá toda su obra. Si el autor insiste en remarcarlo es sólo y únicamente porque sabe la forma fatal en cómo será acometido al final este sentimiento. Lo hace por tanto premeditadamente, preparando el terreno para que el choque final sea más fuerte, más intenso y emocional. Pero no sólo esta primera frase está fríamente calculada. Tampoco es al azar que "Clarín" escoge el tren y el palo del telégrafo como únicos elementos de conexión entre los personajes, en el "prao" Somonte, y el mundo civilizado, ni tampoco son gratuitas ningunas de las palabras con las que los describe. Recordemos que el tren, ese tren que para Rosa y Pinín es al principio una alegría loca y luego un recreo pacífico, suave, renovado varias veces al día, ese tren, pues, recordemos, será precisamente quién se lleve a la Cordera a cumplir su último destino en el matadero y quién se lleve también a Pinín a la guerra. De nuevo,entonces, al remarcar la inocencia con que los niños contemplan el tren, "Clarín" está orientando su relato a futuras implicaciones.

Podemos decir que toda la primera parte, en general, además de ser presentativa e introductoria, típico planteamiento de un cuento, y en la medida en que viene en ella amalgamada toda la carga intencional del relato, es decir, en la medida en que está orientada hacia el futuro, está actuando también como soporte emocional de la última, influyendo en su interpretación final y siendo por tanto el alma del cuento, la que le otorga su sentido último. De otra manera, por ejemplo, al lector le sería imposible, si no cabalmente, comprender en su complejidad total el odio que inunda al final el corazón de Rosa: Con qué odio miraba Rosa la vía manchada de carbones apagados, con qué ira los alambres del telégrafo. Una frase tan sencilla como ésta no puede despertar sentimiento alguno si no es  en colisión con toda una carga emocional anterior, la que "Clarín", discretamente, ha ido proyectando ya desde su primera frase. Y en esta colisión, en este choque nace la tensión lírica de la obra y cobran su sentido real y profundo las palabras, unas palabras que se alzan, que se salen de sí mismas para mostrarse desnudas,  para  convertirse  en  vehículo de  verdades últimas,  palabras  que vibran, que no son tan importantes en sí mismas como inmiscuidas en lo emocional que invisible se desprende de la obra.

Vamos a analizar ahora más minuciosamente la frase que mencionaba arriba. Sabemos que "Clarín" se ha preocupado de mostrarnos, desde la primera línea del cuento, el sincero amor que recíprocamente se brindan Rosa, Pinín y la Cordera. Ese amor es intenso, profundo, pero el dolor que su fatal truncamiento causa en los niños no se cuenta ni se describe de forma explícita, sino mediante la incursión, en el cuento, del palo del telégrafo y de la vía del tren. Ellos son la excusa que utiliza el autor para hacer sentir igualmente al lector la intensa desolación de los niños sin tener por ello que caer en lo sensiblero y más lacrimógeno y patético. Así, muy inteligentemente nos expresa "Clarín" al principio la ingenuidad con la que contemplan los niños los únicos elementos representantes en su vida de ese ancho mundo desconocido, misterioso, temible, eternamente ignorado, con qué curiosidad y emoción miran el poste y con qué ilusión esperan ver pasar el tren. Cuando el tren, ese mismo tren, se lleva a la Cordera al matadero, el dolor de los pequeños es enorme, pero ya no es necesario explicarlo. Discreta y muy planificadamente "Clarín" ya ha dado entrada a dos elementos que le permiten ahora expresar ese dolor de forma indirecta, a través de la desolación de los ojos de los niños mirando con rencor la vía, el telégrafo, los símbolos de aquel mundo enemigo. El dolor por la pérdida de un ser querido, entonces, no se expresa más que con la palabra rencor, pero en cambio esta palabra es de una fuerza tremenda en colisión con toda la simbología que "Clarín" ha dado al palo del telégrafo y a la vía del tren. Su secreto significado ha sido descubierto: porque les ha arrebatado a la Cordera lo que antes era algo desconocido, misterioso y contemplado por los niños con emoción ha pasado ahora a ser enemigo y contemplado con rencor. No es difícil deducir de aquí cuán grande era el amor que sentían hacia la vaca y cuán intensamente están sintiendo por tanto su pérdida. Una pérdida cuyo dolor, sin embargo, no es todavía comparable al que siente Rosa al final cuando al vacío que ha dejado en su corazón su separación con la Cordera se suma también el vacío que le deja ahora su separación con Pinín, a quien se lleva también el tren. La soledad de la niña esta vez ya es extrema, y dando voz implícita al dolor lo que antes era rencor contra la vía se convierte ahora en odio, en ira. Como decía anteriormente, pues, sólo en colisión con toda la carga emocional anterior es posible de entender en su complejidad una frase tan sencilla y aparentemente intrascendente como ésta. Aunque sin verse, el sentimiento está; late, por detrás, y resvala por la tinta con la seguridad que le concede toda la emoción que el autor ha sabido previamente acumular.

La última frase de todas es, sin embargo, la que más y mejor concreta esta emoción acumulada. La frase, oída por Rosa en las vibraciones del aire después de ver pasar a su hermano Pinín en el tren que se lo lleva a la guerra, es simple, casi vulgar:  ¡Adiós Rosa! ¡Adiós Cordera!, pero esconde una inquietud y una verdadera trascendencia. Al mostrarse como quejidos en el aire, como lamentos lejanos, es decir, al mostrarse como percepción de Rosa y no como parlamento directo de Pinín, lo que hacen en el fondo estas palabras es dar cuenta del cruce de angustias de los dos hermanos: la angustia de Rosa, que se presenta al lector oyendo la voz de su hermano, y la de Pinín, que se supone es quién, de lejos, está hablando. Pero "Clarín" no se limita a transmitir esa dualidad de angustias, sino que además rememora, con la palabra Cordera -un animal que ya no está presente, que sabemos que murió-, la angustia que sintieron entonces los niños al despedir a la vaca, y ya, finalmente, y en tanto que la vaca suplantó un día el espíritu materno de una madre que moría señalándola a ella como salvación y sustento familiar, la angustia también de los niños al morir su madre, al morir por vez primera y al morir de nuevo, ya reencarnada en la Cordera. Angustia, por tanto, disparada en multitud de direcciones, clímax de la angustia, que de un golpe recoge todas las angustias anteriores. Con razón dice Baquero Goyanes que " en esta integración final reviven los lamentos del pasado, que se clavan, y la palabra parece repetirse en las venas y en el aire hasta el infinito, en espacio y en tiempo, transformada en laberinto de angustia".

La estructura de la obra, por su lado, también está muy bién planificada y se  organiza mediante distintos paralelismos o repeticiones de motivos o símbolos. Así, la primera parte, aquella en que se presentan a los personajes y las relaciones emocionales que éstos mantienen entre sí, puede a su vez dividirse en dos subpartes. La primera subparte está caracterizada por el contraste, pues presenta los personajes y su carácter a través de las distintas prespectivas con que contempla cada uno de ellos el palo del telégrafo y la vía del tren, es decir, a través de la tridimensionalidad de estos objetos; la segunda subparte, por su lado, se caracterixza por el amor y presenta al lector el triángulo afectivo que existe entre los personajes y que recíprocamente y de forma paralela mueve a los gemelos a cuidar de la Cordera y a la Cordera a velar por ellos.

La segunda parte del cuento es ya el núcleo dramático y expone por tanto el conflicto de la historia, es decir, la necesidad, por qëstiones económicas, de vender a la vaca. De nuevo esta parte puede subdividirse en otras dos: una primera subparte que es en la que después de valorarla situación penosamente toma Antón la determinación de vender al animal y una segunda subparte en la que lo vende. La primera subparte, por su lado, permite al autor remontarse al pasado económico familiar y, en consecuencia, a la muerte de la madre de los niños, una madre que, en sus últimas palabras y señalando a la Cordera como salvación y sustento económico de la familia, trata de proyectar en ella su maternidad. Dado, pues,  que hoy ven en ella suplantado el espíritu de su madre, se entiende ahora mejor el por qué el amor de los niños y su necesidad para con la vaca es inmenso, pero aún valorándolo, Antón decide que debe venderla. La segunda subparte, aunque culmina con la venta, no hace más que mostrar el cariño y la ternura que siente Antón por el animal, un cariño curiosamente espresado mediante un número, mediante un precio, pero un precio objetivamente excesivo, un precio de risa y que logra proyectar en el lector el estado anímico y la lucha psicológica de Antón por desprenderse de la vaca.  

La tercera parte del cuento, finalmente, actúa como desenlace y representa ya el triunfo de la fatalidad sobre la familia y la consiguiente separación de sus miembros. Se divide también en dos subpartes: una primera subparte en la que se va la Cordera y al día siguiente la ven pasar los niños en el tren que se la lleva al matadero, y una segunda subparte en la que, años más tarde, Rosa ve pasar también a su hermano en el tren que se lo lleva a la guerra. Esta  última parte es la que concentra la denuncia de la obra, la denuncia a un mundo urbano mezquino, corrupto y cruel y a un hombre, el civilizado, ausente de valores morales y espirituales y capaz de arrebatarles, de devorarles a su compañera de tantas soledades, de tantas ternuras silenciosas, para sus apetitos, para convertirla en manjares de ricos glotones. Allá iba Pinín, como la otra, como la vaca abuela. Se lo llevaba el mundo; carne de vaca para los glotones, para los indianos; carne de su alma, carne de cañón para las locuras del mundo, para las ambiciones ajenas.

No se trata ésta, sin embargo, de la temática principal de la obra. La idealización del campo frente al mundo del progreso sirve sólo de excusa para desenvolupar lo que realmente es el tema central del cuento: el amor, en otras palabras, sirve sólo de excusa para reflejar en la conciencia de unos humildes el dolor por la pérdida de unos seres queridos.

La escena del alejamiento del animal es, en mi opinión, la escena más lírica y emocionalmente intensa de la obra. Tal vez sea la falta de conciencia de la vaca ante lo que está sucediendo lo que hace que el lector sufra más por ella. La Cordera, que ignoraba su suerte, descanaba y pacía como siempre, como descansaría y comería un minuto antes de que el brutal porrazo la derribase muerta. De alguna forma su inocencia la hace totalmente inmerecedora de esta destino. Y cuando vienen a llevársela, Clarín opta por personificalla, diciendo que iba de mala gana con un desconocido y  a tales horas. La vaca se da cuenta, entonces, de que algo extraño está sucediendo, pero no es consciente de su gravedad. Se presenta, el suyo, como un pensamiento de pereza, nada más. Lo que le molesta a la vaca es tener que salir a tales horas, pero nada le puede hacer pensar que no regresará, pues otras veces ha salido del prado Somonte y siempre ha regresado. Inocente, pues, la Cordera, no advierte la terrible tragedia que se avecina, y en su progresivo alejamiento, mientras lentamente va perdiéndos e el sonido de su esquila, al lector le entran ganas de introducirse en el relato y córrer tras suyo para salvarla, hasta que el silencio lo embarga todo y todo se sabe ya perdido.

Ya para terminar, y muy brevemente, decir sólo que se trata, el narrador, de un narrador omnisciente que adopta el punto de vista de los distintos personajes y que por tanto no nos transmite directamente su opinión; la filtra, en todo caso, en la de algun personaje. El lenguaje, por su lado, es sencillo, fácil y directo, aunque sin diálogo prácticamente más que alguna frase colgada y normalmente introducida con una función simbólica. Así la frase que da título al cuento: ¡Adiós. Cordera!. Insistir también en queesta sencillez no es sinónimo de precariedad o de falta de ingenio; he explicado ya el alto valor artístico de la obra y que consiste en el lirismo y la profunda emoción poética que precisamente a partir de la sobriedad y la sencillez sabe crear el autor.

Con pocas páginas, pues, pone Clarín de manifiesto su genio. Nada, siquiera parecido, consiguen los demás escritores de su tiempo, y todavía hoy tal maestría es envidiable.       

 

BAQUERO GOYANES, MARIANO, "Los cuentos de "Clarín"" en Leopoldo Alas, "Clarín", JMª Martínez Cachero (ed.), Madrid, Taurus, 1978.

GULLÓN, RICARDO, "Las novelas cortas de "Clarín"" en cap. X de M. Iris Zabala (ed.), Romanticismo y realismo del t. V de Francisco Rico (ed.), Hª y crítica de la literatura española.

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