Análisis del Diccionario ideológico de la lengua española y de su estilo lexicográfico

El Diccionario Ideológico de la Lengua Española, de Julio Casares, publicado por primera vez en 1942, es un diccionario único en la lengua española que, yendo de la idea —o sea, de la definición—  a la palabra, y no al revés, invierte el sistema lexicográfico tradicional. El diccionario consta de 1446 páginas y es fruto del trabajo realizado durante 25 largos años. Su última edición es, por el momento, la del 2011.

En su discurso de ingreso a la Real Academia de la Lengua Española, en 1921, Julio Casares ya tenía en mente el proyecto de su Diccionario Ideológico de la Lengua Española, pronunciando las siguientes palabras, que serían luego citadas en forma de recuerdo en el prólogo del diccionario en cuestión: No es lo más urgente, siquiera sea muy útil para determinados fines, disponer de un libro que nos enseñe a comprender lo escrito y entender lo escuchado. Lo verdaderamente necesario (...) es un procedimiento mediante el cual se faciliten las operaciones activas del lenguaje, algo que, cuando llegue el caso, nos ayude a hablar, a escribir y también a pensar (...). Y para esto hay que crear, junto al actual registro por abecé, archivo hermético y desarticulado, el diccionario orgánico, viviente, sugeridor de imágenes y asociaciones, donde, al conjuro de la idea, se ofrezcan en tropel las voces, seguidas del utilísimo cortejo de sinonimias, analogías, antítesis y referencias; un diccionario comparable a esos bibliotecarios solícitos que, poniendo a contribución el índice de materias, abren camino al lector más desorientado, le muestran perspectivas infinitas y le alumbran fuentes de información inagotables (...).

Queda claro, por tanto, que la intención de Casares al escribir su diccionario no es la de ofrecer el significado y fijar el sentido de las palabras del español. Existen ya, para eso, muchos otros diccionarios. Casares quiere, como cuenta en el "plan de la obra", ya dentro de su Diccionario Ideológico, poner a disposición del lector, mediante un inventario metódico, no inventado hasta ahora, el inmenso caudal de voces castizas  que, por desconocidas u olvidadas, no nos prestan servicio alguno (...). Evidentemente, frente a un diccionario común nosotros sólo iremos a consultar el significado de aquellas voces cuyo significante ya conozcamos, por la sencilla razón de que su mecanismo alfabetizado no nos permite hacer otra cosa; a no ser, claro está, que por curiosidad y porque disponemos de mucho tiempo libre nos dediquemos a ojear página por página todas las palabras que registra. Sin embargo, esto ya es salirse de su método, un método que va hacia adentro desde el exterior y que viene determinado por tanto por los previos conocimientos léxicos del lector. Puede satisfacerlos en un momento concreto, pero es incapaz de realimentarlos; ofrece  al lector la posibilidad de mejorar su conocimiento sobre lo que ya conoce, pero no le permite conocer lo que no conoce y que ni siquiera  sabe que no conoce. La información está ahí, y no ya sólo la información ignorada —la que, conscientes de que la ignoramos, iremos a consultar—, sino también la información que ignoramos ignorar, y a ésta, desgraciadamente y aún estar ahí, no hay forma de aprehenderla mediante la lexicografía tradicional. Ya lo dice el propio Casares: Son voces que, dispersas y como agazapadas en las columnas de los diccionarios corrientes, nos resultan inasequibles mientras no conozcamos de antemano su representación escrita. Pues bien, son precisamente estas voces las que, mediante un nuevo procedimiento lexicográfico basado en la sistematización de ideas conceptualmente afines, Casares quiere poner ahora al alcance del lector y darles por tanto nueva vida. El concepto, la idea, la noción, serán los que iluminen ahora la palabra y la hagan perceptible y presente a los ojos del lector, a su conciencia. El método de trabajo es deductivo; parte del vientre de la propia lengua, esto es, del pensamiento, para, explotando las aptitudes mentales del lector en cuanto hablante de una lengua, explotando por tanto su competencia semántica, aunque sea sólo en potencia, proyectarse hacia el exterior apuntando a la forma lingüística materialmente más asequible: la palabra.

La presentación del diccionario está dividida en una "advertencia preliminar", el "prólogo", el "plan de la obra e instrucciones para su manejo" y, finalmente, las "abreviaturas empleadas" en dicha obra. Luego de la presentación llega el Diccionario Ideológico en cuestión, con sus correspondientes partes sinóptica, analógica y alfabética.

En lo referente a la "advertencia preliminar", ésta es muy breve, apenas una página donde se constata la puesta al día del diccionario mediante la ampliación de sus vocablos, sobre todo de voces o acepciones nuevas cuyo uso se ha incrementado en los últimos años. Por ello, se informa, es que el formato del diccionario ha sido ampliado y aumentados el tamaño de sus páginas y el número de sus columnas. Finalmente, los agradecimientos al equipo de la editorial Gustavo Gili y también, por contribuir con sus observaciones al mejoramiento de la obra, a los lectores del diccionario.

A continuación, Casares abre paso al "prólogo". Si bien más adelante, en el "plan de la obra e instrucciones para su manejo", se nos explicará detenidamente el sistema metodológico seguido para la elaboración de la obra, ahora en cambio, y dando por sentado que toda persona culta sabe lo que es un diccionario ideológico y los servicios que presta, no se nos precisa qué cosa es un diccionario ideológico o cuáles son las particularidades de su tipología lexicográfica. Buscando la brevedad, Casares remite para ello al lector que lo desee al tomo V de su obra Nuevo concepto del diccionario de la lengua y otros problemas de lexicografía y gramática (1941); esta obra, hay que decirlo, parte del discurso que pronunció el autor en 1921 en su ingreso a la Real Academia y donde, justificándola siempre, se presenta ya la base teórica y conceptual de un nuevo género lexicográfico, a saber, el diccionario ideológico. Es aquí donde se engendra su concepto y su sentido, aunque tarde todavía unos años a trasladarse a un plano material y a traducirse en un diccionario real y físico.

Luego de remitir a este su discurso escrito, Casares selecciona y reproduce algunos de los párrafos que él considera más relevantes para la comprensión lexicográfica de sus intenciones. A continuación, y consciente del carácter incompleto y defectuoso de los diccionarios, es decir, de su necesidad de ir siendo reactualizados siempre, Casares pide a los usuarios del suyo que le hagan cómplice de sus observaciones y críticas si cabe para con ello poder proceder a una nueva edición más mejorada y satisfactoria para todos. El prólogo se cierra con los agradecimientos al editor del diccionario don Gustavo Gili, por su confianza, su entusiasmo y su apoyo incondicional en esta difícil empresa que ha sido la creación de este diccionario.

Seguidos del prólogo se nos presentan ya el "plan de la obra e instrucciones para su manejo". Casares empieza aquí describiendo la finalidad esencial de su diccionario. Ésta es, en palabras suyas y ya citadas por mí con anterioridad, poner a disposición del lector, mediante un inventario metódico, no intentado hasta ahora, el inmenso caudal de voces castizas que, por desconocidas u olvidadas, no nos prestan servicio alguno; voces cuya existencia se sabe o se presume, pero que, dispersas y como agazapadas en las columnas de los diccionarios corrientes, nos resultan inasequibles mientras no conozcamos de antemano su representación escrita. Luego el autor procede a explicar con detalle cuáles han sido los criterios metodológicos que ha seguido para la elaboración de su diccionario. Se trata por tanto de un texto de carácter metalexicográfico donde Casares justifica y da razón a la sistematización y a la macroestructura de su obra. Aclara que ha organizado el material léxico por grupos conceptuales y regidos por una idea concreta y distingue y pasa a explicar a continuación las tres partes en las que ha dividido el diccionario: la parte sinóptica, la parte analógica y la parte alfabética.

Por lo que hace a la parte sinóptica, ésta viene a representar el resumen o el plan general según el cual se ha clasificado el vocabulario del diccionario. Se alude a la dificultad que ha supuesto encontrar un criterio lógico para distribuir en grupos homogéneos materias tan distintas como son las cosas físicas, las ideas abstractas, las ciencias o los sentimientos y se advierte humildemente de la índole artificial y de alguna forma también transitoria, provisional y arbitraria de la clasificación elegida, una clasificación, eso sí, que aun partiendo de un punto de vista inevitablemente personal ha sido igualmente meditada con el máximo rigor y empirismo que esta condición le permite. Como resultado, 38 grandes grupos divididos asimismo en otros 2000 subgrupos menores, marcados cada uno de ellos por un concepto regente.

Aunque la estructura de esta clasificación es personal, responde a criterios lógicos. Empieza separando la realidad divina (la religión, el culto...) de la realidad universal. Dentro de la realidad universal se distingue el mundo inorgánico (la física, la química, la geografía, la astronomía...) del orgánico. Dentro de este último el reino vegetal (la botánica) del animal. Ya en el reino animal los seres irracionales quedan separados del hombre, y éste se clasifica con respecto a sí mismo, esto es, como a individuo, y con respecto a la sociedad. Las ramificaciones aquí aumentan notablemente. En relación al individuo están el ser vivo (la anatomía, la fisiología —alimentación, vestido, vivienda— y la medicina), el sujeto racional (la inteligencia —conocimiento a priori; existencia, cambio, relación, orden, tiempo, espacio... ; juicio—, la voluntad...) y el sujeto agente (la conducta y la acción). En relación a la sociedad están la parte comunicativa (el lenguaje y el arte), las instituciones sociales (el estado, las costumbres, el derecho, la propiedad...) y las industrias y los oficios (el comercio, la agricultura, los transportes...).

Las ramas últimas y más pequeñas en que termina la clasificación son 38 y van todas numeradas. Corresponden a las 38 grandes clases de la distribución ideológica del diccionario, presidiendo cada una de ellas una categoría que se desarrolla a su vez en un cuadro sinóptico particular. Hay, por tanto, en el diccionario, luego de este esquema y todavía dentro de la parte sinóptica, 38 cuadros sinópticos.

En cada cuadro y bajo una misma noción regente, que es la que encarna cada rama última del esquema, se acumulan ahora todo tipo de palabras que, aunque de carácter distinto por referirse unas a cosas, otras a ideas abstractas, a ciencias o a sentimientos, son, sin embargo, conceptualmente afines entre ellas en el sentido en que todas se supeditan ideológicamente a un mismo denominador común, que es la noción que las preside.

Después de hacer algunas pequeñas matizaciones sobre esta primera parte del diccionario, Casares pasa a continuación a describir su parte analógica. Diremos que, mediante una ordenación alfabética, la parte analógica del diccionario reproduce, tomándolas como enunciado que será luego desarrollado en muchos otros vocablos y expresiones, todas las palabras reunidas en los 38 anteriores cuadros sinópticos. Casares advierte que, por ofrecer mayor extensión lógica que las restantes partes del discurso, ha procurado que todos estos enunciados, por tanto todas las palabras incluidas en los cuadros sinópticos, sean nombres sustantivos. Esto, dice, le ha obligado, en alguna ocasión, a emplear substantivos de poco uso o completamente olvidados, y hasta nelogismos "ad hoc": "bajura", por ejemplo, por "falta de elevación" y por analogía a "altura".

Sin embargo, Casares es también consciente de que en muchos casos la sustantivación forzada crea una abstracción excesiva y difícil de ser considerada por el lector a la hora de buscar sinónimos de la idea que persigue, y es consciente también de que a menudo sí es verdad que, aunque no mejores, son mucho más directos para ello los adjetivos o los verbos. Así, por ejemplo, para expresar "lo que no es alto", o sea, lo que se sabe que "es bajo", al lector tal vez se le ocurra el adjetivo "bajo" antes que la noción abstracta, y en este caso además neológica, de "bajura", y que es en cambio la que contiene la palabra "humillación" que está buscando. Para facilitar el acceso a este grupo y, por extensión, a grupos como él complejos y poco homogéneos, explica Casares que ha añadido entre los nombres sustantivos que conforman los enunciados de la parte analógica algunos otros sustantivos, adjetivos y verbos que remiten y actúan como epígrafe del grupo que se busca. Así, mientras los enunciados desarrollados se presentan en mayúsculas, en negrita e indicando al lado el número del cuadro sinóptico del que proceden, los epígrafes están en mayúsculas y en cursiva pero sin negrita y lógicamente no presentan al lado ningún número porque no se incluyen en la parte sinóptica. Su función es sencillamente la de remitir a otro enunciado que sí forme parte de ella y, en consecuencia, tenga un desarrollo analógico. Vemos de esta forma que BAJO nos remite a BAJURA (17), representando el número 17 el cuadro sinóptico encabezado por la noción Espacio, Geometría, derivada del concepto Espacio en el Conocimiento a priori de la Inteligencia del Sujeto racional, que es un Individuo, un Hombre, del Reino animal y Mundo orgánico de la Realidad universal. Gracias a este mecanismo, pues, el lector que buscando la palabra "humillación" recurra al adjetivo "bajo" habrá dado igualmente en el clavo.

A continuación, Casares pasa a explicar la estructura interna de estos enunciados; en general, dice, se sigue siempre el mismo esquema, presentándose por series y de forma aislada primero los sustantivos —el primer sustantivo que se presenta toma siempre el nombre del enunciado—, luego los verbos, los adjetivos, los adverbios y finalmente las preposiciones e interjecciones. Sin embargo, Casares dice que, cuando el grupo lo requiere, puede subdividirse cada categoría gramatical en grupos más pequeños analógicos al grupo base o primero.

Casares remite, como a ejemplo, al caso de "aflicción", que desarrolla cada categoría gramatical en 6 grupos analógicos pero con matices significativos distintos. Basándonos solamente en el conjunto de sustantivos surge un primer grupo base, el que toma el nombre del enunciado "aflicción", con el matiz de "pena", "afligimiento" o "desconsuelo"; luego otro grupo marcado por lo relativo a la "congoja", la "angustia", el "ansia", la "agonía"; a continuación, la "melancolía", la "nostalgia", la "soledad"; también está la "compasión", relativa a la muerte, esto es, la "condolencia", el "duelo"; o el "desagrado", el "disgusto", la "decepción". Finalmente, el "desabrimiento", el "fastidio", la "molestia". Queda claro que se trata de grupos distintos, pero que se tocan, no obstante, en un punto concreto y que es el de la "aflicción" que los reúne. Es decir, de alguna manera, y aunque la congoja, la melancolía, la compasión, el desagrado o el desabrimiento no signifiquen lo mismo, todos implican, en cambio, una cierta sensación de aflicción.

También Casares explica la estructura concreta que siguen las categorías gramaticales dentro de la estructura interna de los enunciados. Así, la disposición de los sustantivos acoge primero los nombres sinonímicos seguidos de los aumentativos y diminutivos y de los posesivos y colectivos; luego llegan los partitivos y, más tarde, ya después del verbo, los que denotan la acción y el efecto de este verbo. Pongo como ejemplo el sustantivo "alegría". Empieza con sinónimos del tipo "felicidad" o "contento" seguidos de aumentativos del tipo "alegrón". No existen, en este caso, nombres colectivos, porque el sustantivo no se refiere a una cosa sino a un estado. Como nombres partitivos: "juego", "travesura", "risa", "alboroto"... que forman parte necesariamente  de la alegría, o la implican, pero que no son o no significan, en sí mismo, esta alegría. Después de los verbos ("alegrar", "animar", "alborotar", "jubilar"...), los sujetos o los objetos verbales, esto es, los que denotan su acción o su efecto —del verbo, se entiende—: "alegrador", "alborotador", "juguetón", "campante"... Éstos pueden, en muchos casos, funcionar a la vez como sustantivos y adjetivos (Es un alborotador: Es un hombre muy alborotador). De ahí, también, su colocación después de los grupos verbales y donde, por tanto, se presentan los adjetivos.

Por lo que hace a los verbos, se separan los verbos transitivos de los intransitivos y los reflexivos y se separan también los verbos que tienen por sujeto a una persona de los que tienen por sujeto a un animal. De alguna forma, por tanto, se tienen en cuenta el contorno del verbo, esto es, la información relativa a los argumentos o a los complementos que rige.

Lo mismo sucede en los adjetivos, que se agrupan de forma separada según se refieran al sujeto o al objeto. Casares nos pone como ejemplo, en el grupo "aborrecimiento", los adjetivos "aborrecedor" o "rencoroso", relativos al que aborrece, y, separadamente a ellos, los adjetivos "aborrecible" o "odioso", relativos al aborrecido. Otro ejemplo podría ser, en el grupo "asco", los adjetivos "asqueroso" o "asqueado", referidos al que siente asco por algo, y, separadamente a ellos, los adjetivos "asqueroso", "repugnante" o "repulsivo", relativos al objeto que da asco. "Asqueroso", por contener en sí mismo las dos acepciones y funcionar a la vez como sujeto y objeto (alguien asqueroso: a quien le da asco todo/ que da asco) se repite en los dos grupos. Casares comenta también que ha suprimido los adjetivos formados a partir de un participio activo o pasivo, por economía lingüística y porque el verbo ya queda a la vista con opción de ser utilizado o no por el lector para este fin.

En lo referente a los adverbios, Casares explica que, también por economizar espacio u porque no tienen acepción especial, ha omitido todos los terminados en -mente. Sorprende, sin embargo, la lata presencia de estos adverbios dentro del diccionario, tal vez por falta de existencia de otros. Así, de "alegría" "alegremente" "regocijadamente", "festivamente", "placenteramente"... todos, de hecho, en -mente a excepción de unidades pluriverbales del tipo "como unas mialmas" o "como niño con zapatos nuevos"; de gitano sólo uno: "gitanamente"; de expresión "expresamente" "explícitamente", "formalmente", "señaladamente"... y así a lo largo de toda la parte analógica.

Por su lado, las locuciones, frases figuradas o unidades pluriverbales no se contienen separadamente en un solo grupo sino que alternan, según su función gramatical, al final de los demás grupos.

Ya para terminar la descripción de la parte analógica Casares habla de la importancia que tiene, por conducir al lector a nuevas perspectivas, el enlace léxico entre los distintos grupos conceptuales. Teniendo en cuenta a su vez que los grupos analógicos no deben permitir que se pierda de vista la noción que los preside y que se confunda ésta por tanto o se mezcle de otras nociones insinuadas y que sólo se unen en un punto con la primitiva, Casares explica que, señalándolas en negrita, ha marcado las palabras que tomando parte de un enunciado son a su vez enunciado de algún grupo y tienen, en consecuencia, en este grupo, un desarrollo específico. El lo que él define como procedimiento de las llamadas de grupos. Así, por ejemplo, en el grupo "aflicción" antes comentado "compasión", "desagrado" y "desabrimiento", que eran los nombres que encabezaban grupos analógicos al grupo base "aflicción", están marcados en negrita, pues son palabras con amplios contextos significativos y que se unen a "aflicción" sólo en uno de ellos. Por tanto cabe desarrollar y ampliar más su significado en un apartado alterno que las tenga a ellas como palabras primitivas o regentes. En él, evidentemente, figurará también la palabra "aflicción", por lo que semánticamente la unía antes y la une todavía a la que tiene ahora por rectora, y aparecerá también en negrita, abriendo la puerta a su propio enunciado como si de un universo lateral se tratara, Sin embargo, y junto a esta palabra, esto es, junto a "aflicción", podrán presentarse ahora otras palabras como "humanidad" y "ternura" que ya no tienen ningún vínculo directo con ella —con "aflicción", se entiende— y que en cambio sí son muy acordes con el término "compasión". Se trata ya, por tanto, de un grupo nuevo, de un universo lateral, como decía antes, que pasa rozando con otro. Y es Casares el que, mediante su mecanismo de llamadas de grupos, está invitando al lector a saltar de un universo a otro y a enriquecer de esta manera no sólo ya sus conceptos mentales sino también su capacidad para dirigirlos y relacionarlos y, por extensión, su capacidad para pensar. Y es aquí, creo yo, en donde reside la magia y el verdadero encanto de este diccionario.

Terminada la descripción analógica, Casares nos habla de la parte alfabética del diccionario. Tiene, según él, una función paralela a la que cumplen los índices alfabéticos en los tratados modernos de cualquier disciplina con la diferencia de que mientras en estos tratados los índices ordenan alfabéticamente sólo los términos importantes que se han mencionado durante la exposición de la materia y el cuerpo de la obra, la parte alfabética del Diccionario ideológico los ordena todos, porque su misma índole ideológica le obliga a considerarlos importantes a todos. Y junto a esta función, que nos advierte implícitamente que el verdadero contenido de la obra se encuentra en su parte analógica, también, pero ya secundaria, la función estrictamente lexicográfica de ofrecer significados y aclarar el sentido de las voces del español. Advierte Casares, precisamente por ser función secundaria, de la brevedad y concisión que tiene como diccionario común la parte alfabética, pero subraya, igualmente, su riqueza en voces y acepciones. Nada más nos dice sobre esta parte. Casares da entrada ahora a las "instrucciones para el manejo de la obra" y es en las "instrucciones para el manejo de la parte alfabética" que matiza más la descripción sobre ésta.

En ellas, Casares acepta que la parte alfabética de esta obra es un diccionario de la lengua (...) y sirve, como todos los diccionarios alfabéticos, para inquirir y precisar el significado de un vocablo o giro, dada su representación escrita. Explica que ha tomado como base y punto de referencia el Diccionario de la Real Academia, pero retocándolo al añadirle gran cantidad de definiciones —contienen, en total, alrededor de unas 80000 voces— y al omitir o reducir el significado de otras, como por ejemplo el de muchas plantas o animales. Tampoco ofrece, como sí lo hace el D.R.A.E, ni arcaísmos, ni étimos, ni localización sobre el uso de las voces. Por lo que hace a su microestructura, lo normal es que aparezca, después de la entrada, información gramatical acerca de la categoría de la palabra y ya, a continuación, la información semántica. Sin embargo, en algunas ocasiones, puede alternar, entre la información gramatical y la semántica, otro tipo de información básicamente referida al ámbito científico de la palabra (aritmética, arquitectura, arqueología, deporte, derecho, etnografía...). Ya, en mucha menor frecuencia, información sobre la actualidad o no de la palabra o sobre su uso (ant. x anticuada; desus. x desusada; p. us. x poco usada; ú.m. x úsase más; ú.m.con neg. úsase más con negación; ú.m.c.r x úsase más como reflexivo...), información sobre su registro (vulg. x vulgar; fam. x familiar: fr. proverb. x frase proverbial...) o información sobre su naturaleza retórica si la tiene (fig. x figurada; metapl. x metaplasmo; metát. x metátesis...). Por su lado, las distintas acepciones, cuando las hay, aparecen siempre todas dentro de la misma entrada y separadas por el símbolo //. Se trata, por tanto, la parte alfabética de esta obra, de un diccionario bastante breve y elemental por su concisión, pero que en cambio, y alejándose de los diccionarios corrientes que empiezan y acaban en esta parte, tiene la particularidad de remitir a otro apartado: el analógico. Así, cada palabra que registra remite, mediante un asterisco, a algún grupo o grupos analógicos en donde esta palabra se encuentra situada entre las de que cualquier modo le son afines.

Por lo general, el asterisco se pone encima y delante de una o más de las palabras que forman parte de la definición. Así, por ejemplo: "fechoría. f. acción, generalmente *perversa", remitiéndonos perversa a la consulta de esta palabra en la parte analógica y en donde será cabeza y enunciado de algún grupo de voces afines que contendrá el término "fechoría". Sin embargo, si la palabra que se define en la parte alfabética es también,, ella misma, enunciado en la parte analógica, entonces contendrá yam directamente, un asterisco, lo que no quita que en su definición otras palabras puedan llevarlo también. Así: "*cálculo. m. cómputo, o *cuenta que se hace por medio de operaciones matemáticas". Otras veces, si la palabra que sirve de clave y nos remite a la parte analógica no es una palabra sino una expresión entera, cosa muy poco frecuente, entonces se señalará con un asterisco a su principio y otro a su fin. Así: "templario. m. individuo de una *orden de caballería* destinado a proteger a los visitantes de los Santos Lugares de Jerusalén".

Mencionar aquí también que, en ocasiones, el asterisco puede verse puesto no ya encima de una entrada o de una de las palabras que conforman su definición semántica sino encima de una abreviatura de las que refieren el ámbito científico de la voz, precisamente por ser este ámbito hiperónimo o constituyente esencial de esta palabra y de todas las que le serán afines. Así, por ejemplo: "cromatismo. m. *Opt. y *Mus. calidad de cromático" nos remite, a partir de dos abreviaturas, a los grupos de "óptica" y "música" de la parte analógica, o "ecuación. f. *Álg. igualdad que contiene una o más incógnitas // *Astr. diferencia que hay entre el lugar o el movimiento medio y verdadero o aparente de un astro (...)" nos remite, a partir de dos abreviaturas, a los grupos analógicos de "álgebra" y "astronomía".

No voy a detallar más este apartado, ni tampoco el de las instrucciones para el manejo de las partes sinóptica y analógica de la obra, porque sería parafrasear al propio Casares, Las "instrucciones para el manejo de la obra" no son más, de hecho, que la repetición, mediante ejemplos concretos, del mecanismo que ya implícitamente el autor ha planteado a lo largo del "plan de la obra" y que yo he expuesto también a lo largo de esta reseña.

También la última sección de la presentación, la de las "abreviaturas empleadas en la obra", ha quedado suficientemente explicada; decir nada más que éstas, evidentemente, se presentan de forma alfabética y que presentan algunas incongruencias con respecto a su puesta a la práctica en el diccionario. Así, por ejemplo, la abreviatura que en la parte alfabética remite una palabra a los grupos analógicos de "astronomía" y "astrología" es la misma: astr., y en cambio, en el apartado de abreviaturas empleadas en la obra astr. no existe y, en su lugar, encontramos que sí existen Astron. y Astrol.

Ya a partir de aquí Casares abre la puerta directamente a su diccionario ideológico en cuestión: de la idea a la palabra, de la palabra a la idea, un diccionario hermoso y laberíntico que es para mí una constante sorpresa para el conocimiento, el esfuerzo de hacer físico y real lo que de otra manera se nos escapa y se nos pierde, y, mientras tanto se mejora la capacidad expresiva, mejorar también la comprensión de nosotros mismos como seres humanos que somos complejos e imperfectos a la vez. El trabajo de Casares parte de su óptica necesariamente personal, y clasifica aspectos o palabras que tal vez no todos clasificaríamos igual, pero, en definitiva, y aunque imperfecto e incompleto, se trata de un precioso trabajo consciente y escrupuloso que, como fruto humano que es, no hace más en el fondo que reflejar la condición humana compleja e incompleta que he mencionado antes.

(1941): Nuevo concepto del diccionario de la lengua y otros problemas de lexicografía y gramática, Madrid, Espasa-Calpe. (1942 [2001]): Diccionario ideológico de la lengua española, Barcelona, Gustavo Gili.

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